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La belleza del autoengaño

  • Foto del escritor: RDíazG
    RDíazG
  • 1 oct 2019
  • 5 Min. de lectura

¿Cuándo fue la última vez que sentiste rechazo por ti mismo? Probablemente la referencia inmediata fue a estados de ánimo bajo o a emociones como tristeza, rabia, envidia, etc. Pero, ¿alguna vez sentiste rechazo por tu felicidad, tu éxito, por tu capacidad de control o por tu buena disposición a los demás?


El ser humano como especie se ha caracteriza por encontrarse en un punto de la evolución mamífera en el que, mediante el nacimiento previo al desarrollo completo del sistema nervioso central, en conjunto con la consecuente exposición de este cerebro en formación a la recepción continua de información exterior, se habría desarrollado un muy eficaz mecanismo de supervivencia llamado sociedad (o vivencia y protección mutua de un grupo masivo de homo sapiens), el cual depende casi completamente del producto de esta exposición precoz del sistema nervioso central al mundo: La personalidad.

La personalidad es el último órgano en la evolución del mono, y a mi parecer el definidor de la especie humana por sobre el pulgar, el fuego, o el idealizado “pensamiento racional”. Este componente es vital en nuestra especie al asegurar la supervivencia y predominancia que ha tenido el ser humano en la cadena trófica mundial. Gracias a la formación de sociedades el homo sapiens naciente logró en primera instancia protegerse por todos los costados de una naturaleza a sus ojos “hostil”, y dentro de esta nueva micela de personas, generar avances tan “desarrollados” como la energía nuclear (usada de forma por supuesto, “muy desarrollada”). Y es que gracias a este supuesto desarrollo increíble que hizo a un simio tomar el puesto de rey del mundo, el ser humano a ganado una innata y natural confianza en sí mismo como un ser todopoderoso y capaz de modificar su entorno sin límites, siendo que en última instancia, es y ha sido siempre un producto nuevo de la naturaleza, que generó sus rascacielos, aviones, satélites y tecnología tal cual una planta genera frutas, polen, raíces, sabía, o lo que se nos ocurra.

Nos encanta la ciencia, el método científico, la objetividad y el darwinismo, pero nos olvidamos rápidamente de que nuestro estado actual no es más que eso: un nuevo producto de la naturaleza, un nuevo órgano llamado personalidad, que recién apareció como lo que podría ser un órgano psíquico, y ya lo asumimos como la psicología en su totalidad, sin pensar en la posibilidad de que la escala evolutiva no haya terminado y en realidad tenga una dirección a formar un nuevo organismo, a partir de este órgano. Nos asumimos seres sumamente profundos al momento de hablar de nuestra psicología, nuestra personalidad y nuestro mundo interior, pero; ¿hay en realidad algo diferente de un nuevo órgano compuesto de circuitos que reaccionan al entorno y que si bien son múltiples, son finitos y completamente predecibles?.

Parece fácil engañarse a uno mismo y pensar que la vivencia psíquica intelectual (esas palabras que escuchamos mientras estamos pensando) es la quintaesencia de la naturaleza y que brilla por su eficacia y eficiencia, siendo que en el momento de la práctica las funciones emocionales e instintivo-motrices son sumamente más rápidas y más efectivas que el lento procesamiento que recién alcanzamos a hacer una vez que terminaron todas las experiencias del día y nos encontramos a punto de justamente “dejar de pensar”. Justa mente.

Y lo peor es que ni siquiera este proceso en su lentitud, logra ser efectivo, ya que en el fondo no es más que un conjunto de circuitos que reaccionan a un pensamiento (originado de la reacción al entorno) de forma, otra vez, predecible. Si este órgano dejó de complejizarse desde que tenemos aproximadamente 18 - 21 años, ¿No será que debería formarse otra cosa diferente?, un sistema digestivo no necesita desarrollarse más si ya logra cumplir su función de recibir nutrientes del exterior… ¿por qué habría de hacerlo?.


Alegoria de la personalidad


Incluso me atrevo a decir que además de no poder desarrollarse más, este órgano termina por ser un eterno generador de “ruido” que no permite a este ser humano sub-evolucionado el crear otros órganos psíquicos o avanzar en este aparentemente posible desarrollo. El ruido es vivenciable, porque es suprimible de forma parcial a medida que se logra realizar un proceso de “traslado del foco de atención de la conciencia” desde la personalidad (donde siempre ha estado por default) hacia algún otro organito en forma de yemación que está intentando crecer pero no le llega irrigación.

Se nos propone entonces una posible vía de desarrollo en este traslado del foco de atención hacia lo que sería un “observador”, independizado de la personalidad y capaz de usar a esta como la herramienta que es: un órgano de recepción de nutrientes del exterior (por sobre la pasada función de supervivencia, siendo que ya “sobrevivimos”). En este esfuerzo por observar cada circuito, aislarlo y quitarle irrigación, voy a destacar tres obstáculos que a mi parecer son claves. 1- La ansiedad de corregirse: El fenómeno de “observación de si” debiera ser un proceso objetivo; es decir, contemplativo, que permite que la acción se desarrolle de principio a fin para observarla en su totalidad. Esto, moralmente, es prácticamente imposible si nos ponemos en la situación real de “observarnos” mientras tenemos un episodio de agresividad, ya que de forma innata intentaremos inhibir esta expresión para no quedar mal con los demás, y en el fondo para conservar esos lazos sociales que alguna vez aseguraban la supervivencia.

2- El autoengaño de la personalidad: Al momento de la observación de sí, lo primero que llama la atención son los circuitos comúnmente “reprimidos” por la moralidad (ej. La agresividad, la envidia, la pena, la soberbia, etc), dirigiendo espontáneamente sus esfuerzos a disponerse en la actitud opuesta. El engaño está en que justamente esa actitud opuesta es simplemente otro circuito del carrusel de la personalidad, por lo que el trabajo neto de desarrollo termina siendo 0, y el desafío está en lograr el desapego de todas esas actitudes aparentemente “buenas” por la calidad moral que tienen respecto a la sociedad. 3- la gravitación del estado evolutivo y la moralidad: entendiéndose como la inercia de mantenerse en el punto más alto alcanzado; o sea, el desarrollo de la personalidad y la vida social. Así mismo, la moralidad se convierte en uno de los principales guardianes de la personalidad al ejercer una exigencia constante de reajuste y corrección de los diferentes componentes de estos grupos humanos y asegurar la supervivencia mediante la cohesión de la sociedad. 4- la diferencia de velocidades: La maquinaria intelectual con la que estamos acostumbrados a trabajar y traducir nuestros productos es claramente lenta y poco efectiva, siendo muchas veces la intuición o el instinto herramientas mucho más prácticas, pero desamparadas por la idolatría a lo racional, además de ser difícilmente comunicables (lo que surge también de una pulsión por mantener los enlaces sociales). De ahi la utilidad del trabajo con el “símbolo” como un bypass hacia estas áreas, y al mismo tiempo un bypass al “autoengaño” descrito previamente.

Destaco como marcadores de desarrollo los concepto de “asco de si mismo” y la sensación de pérdida de importancia progresiva de lo externo.


Firma

Homo sapiens.



San bartolomé. Miguel Angel, Capilla sixtina

 
 
 

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