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El símbolo del sexo y la actual privación del erotismo

  • Foto del escritor: RDíazG
    RDíazG
  • 22 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

El sexo (et. Sexus, sectare. “cortar”) como símbolo puede quedar muy claro al plantearlo bajo una de sus manifestaciones más simples y naturales, como lo es la “reproducción” de la unidad vital, la célula. El momento preciso en el que esta está pasando a ser 2 células nuevas, hijas de una madre muerta, que “deja de ser” para empezar a ser en la vida creada, es un momento ínfimo, casi inexistente en que se es 1 y 2 a la vez, porque se perdieron momentáneamente los límites que definen la individualidad.


El asociar el sexo con la muerte puede ser inquietante, aunque sumamente natural. En ambos contextos se produce un proceso de “transformación” de un estado de ser a no ser, que es a su vez, un “ser de otra forma”, sea permanente o momentáneo, sea ser muerto, o ser completamente el otro por un segundo. En ambos procesos se produce una catarsis (et. purificación), cuyos resultados son exactamente las dos caras de una misma moneda, las cuales son la vida y la muerte, el Eros y Thanatos. La persistencia del ser de la propia especie mediante la creación de un nuevo ser humano, o la destrucción completa de este con su consecutiva transformación en energía que alimenta al entorno (por no llegar a interpretaciones metafísicas cuestionables), son ejemplos concretos de lo que sería la manifestación más potente de un ser vivo.


Comento ahora una idea tomada de “Erótica y sexualidad: El poder de la seducción”, publicado en 1987 por R. Fernandez Tapia y L. F. de Benito. En este libro se propone que la actual libertad y normalización sexual es “ aún más conservadora que la actitud de reserva y vergüenza de los siglos pasados”. Esta proposición se basa en que la practica colectivamente normalizada del sexo y por ende, la exposición facilitada a referencias sexuales en el día a día, produce el efecto de eliminación del erotismo y anulación de su simbolismo, lo cual supone un mecanismo de defensa que permite evitar el enfrentarse a la catarsis que significa la muerte de la personalidad en la unión sincera y real con el otro. La pérdida de esa falsa seguridad a cambio de descubrir la esencia del otro, y en esa esencia, descubrir la esencia propia y común a todo ser humano, es la raíz del asunto, y es un fenómeno natural de compensación ante la ausencia de soluciones disponibles más elevadas, en conjunto con la presión colectiva.


G. A. Pordenone. Time plucking the wings of Eros.

El fenómeno actual es un síntoma más de un síndrome de estructuración baja, insuficiente, donde la más mínima amenaza de pérdida de la supuesta “ individualidad” debe ser combatida, llegando incluso a ser utilizada actualmente como todo lo contrario, como una “reafirmación de la personalidad”, un suple de la falta de poder de crear a nivel humano. Este escape, si bien útil y efectivo en su visión superficial, esconde una intensificación de la sensación de soledad del ser respecto al otro, al no poder conectar realmente por no atreverse a “morir” simbólicamente.


A mi parecer, la característica principal que hace al ser humano (o que puede hacerlo) algo diferente de un ser animal, es su potencialidad de sublimar la actividad animal. En este caso, la conservación del erotismo es un intento de sublimar la energía sexual para lograr una vivencia real del otro, superando la separatidad por al menos un mínimo segundo (tenga o no un acto sexual físico de por medio, lo cual es simplemente una de las tantas ramas de manifestación de la misma creatividad). El erotismo implica la conservación de la sensación de misterio, de lo oculto detrás de un velo, y así la conservación del poder del símbolo como movilizador del cuerpo psíquico consciente e inconsciente en conjunto, cualidad que se pierde con la exposición repetida al símbolo. ¿El proceso suena conocido o no? ¿Down-regulation?.



R. Magritte. La magie noire



 
 
 

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